Estructura web

martes, 24 de marzo de 2015

Mi Vig – Bay: Loser vs Winner



Sinceramente después de la experiencia de este domingo no me apetecía demasiado escribir la

crónica de mi particular Via Crucis.

En estos días, en los que mi cabeza no ha parado de darle vueltas a qué podría haber fallado y, tras

un exhaustivo examen de conciencia, finalmente

encontré la respuesta: fallé yo. Aunque bueno, también gané. Ahora os explico un poco este

lío.

Dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio y en mi caso vaya si se cumplió esta

afirmación. Afronté la carrera realmente cansada. Mi “semana de descanso” no fue tal y el

entrenamiento del martes previo fue mi remate. Diréis, pero si sólo fueron 12x200, un poco de

rodaje. Ya, ya. Una a estas alturas de su vida debería ser más sincera consigo misma y

reconocer que sus tiempos de recuperación son ya un pelín lentos. El viernes estaba agotada y

sólo pensar en lo que me esperaba el domingo me quería morir. Niños, trabajo,

entrenamiento, horas de sueño reducidas al mínimo…vamos, casi todo en contra.

El domingo, una vez en Samil, entre fotos y calentamiento, empecé a barruntarme que el calor

no iba a ser precisamente mi aliado. Lina, Neli y yo nos colocamos bastante bien posicionadas

en la salida. Arrancamos, intentando esquivar al pelotón y pronto Lina y yo empezamos a

marcar ritmo. Muy cómodo para empezar, bajo el “efecto dorsal”, pero claro, de ahí a creerme

Superwoman y pensar en mantener ese ritmo durante 21 kilómetros iba un gran trecho.

¿Por qué no le haría caso a mi madre y a su sempiterno “el que guarda siempre tiene”?. Mi

depósito se consumió definitivamente en el kilómetro 15. Como nota positiva, que siempre,

siempre hay, decir que hice mi mejor 10000. Bueno, al menos por mi GPS, que me pitó en

49’35’’. Los 12 kilómetros los clavamos en 60’ pero a partir de ahí para mí las cosas sólo fueron

a peor. Desenganchada ya de Neli y Lina, no paraba de adelantarme gente. En el kilómetro 18

llevaba 1 hora 34’ corriendo y pensaba, ilusa de mi como si no hubiera tenido bastante con el

primer baño de realidad, si hago un último esfuerzo y subo el ritmo, acabo en 1 hora 50’. Pero

tres kilómetros dan para mucho y todavía no había llegado mi momento de máximo

sufrimiento.  En la interminable recta hasta la meta, desde aproximadamente el kilómetro

19,5, en los que alternaba pesado trotar y cansino andar, supe lo que es correr sólo con la

cabeza. Durante ese eterno kilómetro y medio el músculo que mejor respondió fue ese al que

yo llamo voluntad. Mantuve una lucha titánica contra el agotamiento, la sed, y lo peor, esa

vaga redomada que llevo dentro que con su molesta vocecilla me iba susurrando, para ya

mujer, ¿no ves? muchos abandonan, no pasa nada. Pero al final gané yo. Lo conseguí. Crucé la

línea de meta y eso ahora me hace sentir invencible.

Patricia Pertierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario